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De la nata y sus usos culinarios

Con un mayor porcentaje de grasa y vitamina A que la leche de vaca cruda, menos proteínas y lactosa, la nata es uno de los productos más demandados tanto por la industria como por los hogares. Su versatilidad a la hora de cocinar hace de ella un recurso socorrido para casi cualquier plato.

A pesar de su alto contenido graso, que ha de ser de mínimo un 10%, tiene una textura y sabor suave que es perfecto para platos de pasta, gratinados, salsas y postres. De hecho, también se usa para hacer más cremosas algunas bebidas.

Algo que sabemos bien en los países mediterráneos, donde el uso de la nata en gastronomía está tan extendido como el del aceite o la cultura marisquera. Especialmente en Francia, ya que la nata significa tradición.

No es un secreto que la cocina francesa es una de las más conocidas en todo el mundo y si le sumas su pasión por la comida con la fuerte producción láctea dentro de sus fronteras, no sorprende que la nata sea un ingrediente fundamental para los grandes chefs.

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Como se suele decir, el 80% del resultado de un plato está en los ingredientes y, cuanto mejores sean estos, más rico estará si se saben cocinar. Por eso los productores franceses tratan la nata con suma delicadeza.

Para los cocineros franceses, la nata aporta textura, sabor y presencia en el emplatado. Muy equivocados no estarán cuando sus salsas se conocen a lo largo y ancho del planeta. Menutière, bechamel, hollandaise o veloutè. O sus postres, que no existirían sin este producto: el milhojas, la mont-Blanc, el gâteau saint honoré o el éclair, por citar algunos.

La gastronomía española no se queda atrás en el uso culinario de la nata. Igual que en la cocina francesa, sus posibilidades son infinitas. No se restringe solo al dulce o al salado ni a carnes o pescados y se usa con vieras, en las croquetas o en platos de origen italiano como la pasta con salsa carbonara, arroces y postres.

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